Datos, análisis y opiniones ponen diariamente ante nuestros ojos la gravedad y el dramatismo de la pandemia por el COVID-19. Cualquier banalización al respecto sería éticamente imperdonable. Por el sufrimiento de las víctimas, pero también por la entrega de quienes se están dejando la piel en primera línea.
Nadie vea, pues, en el titular de este post el más mínimo atisbo de trivialidad. Pero quienes llevamos la cultura preventiva en nuestro ADN no podemos evitar el empeño por aprender continuamente, incluso de los fracasos. Somos incorregibles. Siempre tratando de darle la vuelta a la cara negativa de las cosas y buscar en la cruz un punto de apoyo para movilizar nuevas voluntades en favor de una prevención más eficaz.
Pues bien. Resulta que el COVID-19 ha puesto lo nuestro en primera línea. La idea de la prevención es ahora mismo una prioridad esencial, por encima de cualquier otra. Todo se subordina a este objetivo estratégico. La regla de oro de la cultura preventiva de que “trabajar y trabajar con seguridad han de llegar a ser sinónimos” se ha extendido a la vida cotidiana y se aplica a rajatabla.
El compromiso preventivo ha pasado a ser norma de conducta. Los dirigentes políticos insisten en ello una y otra vez. Se promueve a diario desde los medios de comunicación. El rechazo social a comportamientos irresponsables muestra hasta qué punto están calando y se están interiorizando los mensajes en la población.
Junto a la conciencia de riesgo, hay un convencimiento compartido de que este virus lo vamos a parar. Todos estamos por la labor. Una ola creciente de cooperación y de solidaridad se extiende entre la gente. Cada noche hacemos piña desde las ventanas y balcones. Hablamos del tema por whatsapp, nos animamos unos a otros.
Y en medio de todo, ahí estamos nosotros, los prevencionistas. Desbordados por lo que se nos ha venido encima. Desconcertados ante una situación que nadie nos enseñó a manejar. Improvisando ingenios y soluciones de compromiso. Pero teniendo que asumir un liderazgo que hasta a hora se nos había negado.
Y este es el reto. El COVID-19 está poniendo en valor nuestro trabajo, nuestras ideas. Es nuestra oportunidad. Gestionar hoy con eficacia lo inmediato, anticiparnos para el retorno mañana y aprovechar el viento a favor del clima preventivo.
Si sabemos estar a la altura, conseguiremos que se nos vea como parte de la solución. Si no, como en la película de Berlanga, el coche de Mr. Marshall pasará de largo.
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