Seguro que has visto una final igualada en baloncesto en la que un jugador lanza un tiro libre a fallar para intentar coger el rebote y encestar la canasta ganadora, o a un futbolista forzar una tarjeta para cumplir el ciclo de amarillas en un partido intrascendente y, de paso, descansar.
Esas acciones tienen un objetivo claro: engañar al sistema para sacar un beneficio deportivo.
¿Es posible encontrarse con algo así en los comportamientos de seguridad? ¿Alguien puede fallar adrede la canasta o hacer una falta innecesaria? ¿Incumplir a posta una norma de seguridad? ¿Hacer algo mal intencionadamente?
A primera vista, podemos pensar que esto es absurdo. Que va contra los intereses del trabajador y contra su propia integridad. Que la sacrosanta cultura de la seguridad impedirá que algo así suceda.
Pues va y resulta que no. Que esto ocurre y nos lo han contado en confianza varias personas de diferentes empresas cuando hemos hablado abiertamente con ellas.
Un ejemplo: observaciones de seguridad. En muchas organizaciones una observación de seguridad tiene que acabar siempre y necesariamente “pillando algo”. El observador no se queda tranquilo hasta que registra un incumplimiento. Y no parará hasta lograrlo.
Pero resulta que el trabajador no es tonto y lo sabe, con lo que a veces prefiere mostrar un “fallo leve”, que no acarreará más que una amonestación verbal, sin arriesgarse a que se hurgue en algo más gordo susceptible de sanción. Y lo hace a sabiendas. Es la manera más rápida de “que me dejen en paz”. No deja de ser curioso que se consignen de forma reiterada los mismos tipos de fallos en distintos puestos.
Se fomenta así una cultura del incumplimiento que pervierte los objetivos de las actividades de seguimiento y evaluación.
Para entender estos comportamientos hay que hacerse la pregunta: ¿qué se gana con ello? ¿se obtiene algún beneficio?
El problema es el enfoque con el que se usan determinadas herramientas de acción preventiva. Un enfoque que refleja una cultura más policial que empoderadora. Uno no es mejor líder por ser “quien más fallos detecta”.
Cuando un líder advierte fallos o incumplimientos, su primer objetivo debería ser averiguar por qué ocurre esto. La pregunta, por tanto, no es quién ha sido sino ¿cómo es posible que esto ocurra en nuestra organización?
Para ello es fundamental ESCUCHAR (así en mayúsculas) los motivos de quien ha hecho algo diferente a lo prescrito. Es decir, el líder debe ser capaz de dialogar, algo que va más allá de aplicar, sin salirse del guion, un checklist preparado de antemano.
Desde la óptica de la cultura preventiva, herramientas como los paseos u observaciones de seguridad no son inspecciones. Mucho menos simples formalismos para rellenar un expediente. Son fuentes de información para mejorar nuestras estrategias preventivas basadas en un mejor conocimiento de los porqués de los comportamientos. Si somos capaces de dedicarles un tiempo de calidad y mantener el foco en la seguridad, sin distraernos con otros temas, el personal dejará de fingir para “minimizar daños” y las herramientas servirán realmente para lo que están pensadas, es decir, para mejorar la eficiencia preventiva.
Y, por supuesto, no se olvide de felicitar a quienes lo hacen bien por lo bien que lo hacen.