Es posible que, quien está leyendo esto, recuerde unas famosas campañas publicitarias que protagonizaron, hace bastantes años ya, dos porteros de la Selección Española de Fútbol, campeona de todo, en la que el eslogan era “me siento seguro”. Si es el caso, probablemente le haya ocurrido que ha leído el eslogan cantando, como hacían los futbolistas. Como este no es un blog de fútbol ni de publicidad, casi mejor si hablamos de esa sensación de sentirse seguro.
Solemos utilizar indistintamente la palabra seguridad como sustantivo y como adjetivo, sin darnos cuenta de la gran diferencia existente en su uso. No es lo mismo “hacer seguridad” que “trabajar con seguridad o de forma segura”. Veamos la diferencia.
“Hacer seguridad” suele referirse a todas aquellas acciones que se llevan a cabo en una entidad con el objetivo de gestionar sus obligaciones de seguridad. Aquí podríamos incluir la formación, la señalización, las evaluaciones de riesgos, las auditorías o la investigación de accidentes, es decir, todo aquello que realizamos para que las personas no resulten lesionadas en el trabajo.
Se trata de una tarea muy loable y necesaria, pero ¿todo esto aporta realmente algún valor añadido? Muchas entidades suponen que, con hacer bien ese trabajo de seguridad, necesariamente tendremos un trabajo más seguro pero los hechos nos demuestran que no siempre es así. Si analizamos las estadísticas de siniestralidad de los últimos veinte años veremos que, aunque el trabajo de seguridad ha evolucionado de forma más que significativa, los accidentes y las enfermedades del trabajo no han experimentado un descenso acorde a esa evolución.
No queremos decir, ni mucho menos, que ese trabajo de seguridad que se está realizando no sea adecuado, pero habitualmente falta una pieza en el puzle: comprender cómo hacen su trabajo las personas y el contexto en el que lo desarrollan, que no es sólo el entorno físico del trabajo, sino también, los aspectos organizativos como, por ejemplo, las presiones de producción.
Un hecho que nos encontramos habitualmente al hablar con el personal de primera línea es que, en sus empresas, se prioriza la seguridad frente a la producción salvo cuando hay mucho trabajo, en cuyo caso, a veces, se hace la “vista gorda”, “saltamos por aquí para no perder tiempo dando la vuelta”, etc.
Nuestro objetivo como prevencionistas no es sólo “hacer seguridad” sino, por encima de todo, conseguir que las personas realicen un “trabajo seguro” y, para ello, se requiere comprender cómo las personas gestionan sus riesgos en el día a día. Necesitamos saber cómo se hacen las cosas y cómo se comportan las personas que las hacen para plantearnos cómo podemos influir en la forma de trabajar para mejorar la seguridad.
Para ello, lo primero que deberemos hacer es conocer de primera mano los procesos y las opiniones de todas las partes integrantes del proceso, evitando siempre esa condena en vida tan habitual a las personas que levantan la mano para expresar su opinión. Debemos entender que la comunicación siempre debe ser bidireccional y evitar esa práctica tan habitual de “matar al mensajero”.
Si somos capaces de integrar lo que hacemos (las actividades de seguridad) con lo que queremos conseguir (un trabajo seguro), estaremos dando un paso de gigante en la evolución preventiva.
¿Tu trabajo de seguridad es efectivo, eficaz? ¿Haces seguridad o fomentas la creación de trabajos seguros? ¿Quieres evaluar el impacto de tu trabajo en seguridad?
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