Si, como quien suscribe, eres fan de Astérix y Obélix, la frase que da título a esta entrada te sonará. Es la frase que decía siempre el entrañable amigo que “no está gordo, simplemente es bajo de tórax” cada vez que machacaba unos cuantos cascos y armaduras del enemigo.
Pero hoy no vamos a hablar de Obélix, aunque entendemos que su menhir a la espalda nos daría para hablar de ergonomía, sino de esas piezas de metal que aplastaba a dos manos cada vez que los romanos atacaban.
De la antigua Roma todos conocemos sus proezas militares, artísticas, conquistadoras, de ingeniería, etc., pero es menos conocida la importancia que le dieron a una “ergonomía primigenia” a la hora de desarrollar las protecciones para sus soldados, tanto tropas legionarias como auxiliares.
Cuando Roma comenzó a conquistar a sus vecinos, las armaduras de sus soldados, que no legionarios aún, eran de cuero endurecido (es probable que venga a tu mente el peto con dos caballos que luce Russell Crowe en Gladiator) o armaduras formadas por duras placas de bronce. La primera se fue desechando rápidamente por la poca protección que ofrecía y la segunda por la poca movilidad que permitía a quien la usaba (imagina por un segundo las rozaduras que debía hacer sobre la piel una armadura pesada de placas rígidas).
La búsqueda de una mayor protección y movilidad llevó al desarrollo de lo que se conoce como Lorica Hamata, una armadura que sería la precursora de las cotas de malla medievales. Formada por pequeños anillos metálicos unidos entre sí, confería a los romanos una elevada protección, así como una gran movilidad. Los problemas principales de esta armadura eran su coste, el mantenimiento y, sobre todo, su peso: de media podía suponer entre doce y catorce kilos. Imagina marchar y combatir con ese peso sobre tu cuerpo. No debía ser agradable.
La continua evolución llevó a desarrollar dos grandes tipos de armadura: la Lorica Segmentata y la Lorica Squamata. La primera de ellas es la que aparece habitualmente en las ilustraciones de Gosciny y Uderzo. Compuesta por placas de metal, hierro o acero, pesaba casi la mitad que su predecesora ofreciendo una protección similar.
Su decadencia posterior fue más por el alto coste de mantenimiento que por su utilidad y versatilidad. A lo largo de los siglos fue incorporando acolchados interiores, redistribuciones del peso y accesorios que mejoraban su versatilidad. Además, se conocen diferentes adaptaciones en función de la zona donde el legionario, ahora sí, prestaba servicio: mejorando la ventilación en zonas cálidas o siendo más ligera en zonas en las que los soldados debían salvar grandes distancias marchando.
La Lorica Squamata fue la respuesta a la necesidad de mayor ligereza para las tropas exploradoras, arqueros, tropas auxiliares, etc., donde la movilidad era un elemento más crítico que la protección. Consistía en “escamas” de metal cosidas sobre un peto de cuero, lo que le dotaba de una flexibilidad y ligereza nunca antes vista.
En definitiva, los romanos no estaban tan locos como decía el bigotudo galo. Fueron adaptando y mejorando sus “accesorios de trabajo”, buscando una mayor ligereza, movilidad, adaptabilidad y, como no, protección.
Bien por la cultura ergonómica romana pero no olvidemos que, como los habitantes de la pequeña aldea gala, en prevención hay que ser irreductibles.