Vamos a proponerte un experimento sencillo: reparte globos a un pequeño grupo de personas y pídeles que lo inflen lo máximo posible, parando justo antes de que vaya a explotar. En pocos segundos podrás comprobar cómo algunos habrán dejado el globo medio desinflado, otros lo habrán hinchado hasta deformarlo e, incluso, habrá gente a la que le haya explotado. Con este sencillo experimento pones de manifiesto que cada persona tiene una percepción diferente del riesgo, que dependerá de sus experiencias, valores, entorno… y que incluso puede hacer que no percibamos ciertos riesgos.
Una de las situaciones más comunes que nos encontramos cuando trabajamos con el personal de primera línea es la dificultad para identificar los peligros a los que se enfrentan en su día a día. Lo cierto es que todos caemos en mayor o menor medida en esta paradoja. Por ejemplo, al cruzar un semáforo en rojo o al atravesar el paso peatonal mirando al móvil. Son acciones tan recurrentes que ignoramos el riesgo potencial.
Existen numerosos estudios sobre la conciencia del riesgo. Hoy nos vamos a centrar en el desarrollado por Vlek y Stallen (1980), “Condicionantes de la percepción del riesgo”. Según su investigación, hay ciertos factores y sesgos que condicionan nuestra capacidad para identificar y valorar situaciones de peligro. Vamos a revisar estos factores condicionantes de la percepción del riesgo:
- Creemos que somos infalibles. Cuántas veces hemos pensado “eso no me va a pasar a mí”. Esta falsa sensación de seguridad nos lleva a subestimar riesgos. La confianza es buena, pero el exceso de la misma puede volverse peligroso cuando nos hace subestimar las consecuencias o las probabilidades de que un riesgo se materialice.
- Familiaridad y conocimiento de la tarea. Sentirse familiarizado con una tarea nos hace, en ocasiones, tener un exceso de confianza al realizarla y que la percibamos como menos peligrosa, llevándonos a asumir más riesgos, especialmente si nunca hemos tenido incidentes.
- Emociones como miedo, angustia y preocupación. A veces, nuestras emociones pueden hacernos percibir los riesgos como mayores o menores de lo que realmente son. Por ejemplo, es mucho más habitual encontrarse con gente con miedo a volar que con miedo a circular en coche, a pesar de que el riesgo de tener un accidente en carretera es mucho mayor. Por lo tanto, el miedo puede hacer que veamos riesgos exagerados en ciertas situaciones, mientras que la falta de preocupación puede hacernos pasar por alto otros importantes.
- Memoria sobre los riesgos y sus consecuencias. Solemos percibir con mayor facilidad los problemas si hemos visto o vivido de cerca sus consecuencias. Si un compañero sufrió un accidente, es probable que tengamos mucho cuidado si nos encontramos en una situación similar a la que propició el mismo.
- Diferente valor asignado a los riesgos naturales y los creados por la humanidad. Muchas personas consideran más dañinos los riesgos derivados de acciones humanas (máquinas, productos químicos, etc.) que por la naturaleza (como una tormenta). Esto no siempre se corresponde con la realidad. Por ejemplo, está demostrado que una de las principales causas de cáncer derivado del trabajo proviene de la exposición al sol.
- Impacto de los riesgos en nuestros intereses y valores. La percepción del riesgo está fuertemente influenciada por el impacto que pueda tener en lo que más valoramos: nuestra salud, economía y estatus. Cuanto más afecte un riesgo a estos factores, más conscientes seremos de él y, por lo tanto, más probable es que tomemos medidas preventivas. Análogamente, cuanto menos a eso que tanto valoramos, más ciegos seremos ante estos riesgos.
- Riesgos elegidos y riesgos impuestos. Los riesgos que elegimos asumir (como practicar deportes extremos) son percibidos como menos peligrosos que los riesgos impuestos (como tener que realizar un trabajo en altura). Esta percepción influye en nuestra actitud hacia el riesgo y en las acciones preventivas que tomamos.
Muchos de estos factores nos resultarán familiares, ya que, en mayor o menor medida, todos estamos afectados por ellos. Una actividad de autoanálisis interesante podría ser revisar cada factor de la lista y hacernos preguntas como: “¿Este sesgo me afecta personalmente?” “¿Hay algún riesgo en mi día a día que minimizo o ignoro debido a este sesgo?”.
Promover una mayor conciencia de riesgo es un aspecto clave para potenciar la notificación por parte del personal de primera línea, ya que son los que mejor conocen las tareas y los que más se exponen a las situaciones de peligro. Por lo tanto, si estamos más predispuestos a percibir riesgos, podemos estar más preparados para identificarlos y notificarlos, lo cual es un aspecto clave si buscamos mejorar el liderazgo en Seguridad y Salud y, en definitiva, la Cultura Preventiva.
Vlek, C., & Stallen, P.-J. (1980). Rational and personal aspects of risk. Acta Psychologica, 45(1-3), 273–300. https://doi.org/10.1016/0001-6918(80)90038-4