No lo dicen, porque no es políticamente correcto, pero cuando están en confianza lo sueltan tal cual. A mí me lo espetó un conocido, al que llevaba tiempo sin ver, cuando le conté a qué me dedicaba.
Esta persona es directiva de una empresa mediana del sector servicios y su opinión sobre la prevención no pudo ser más explícita. Aunque ya intuía la justificación, quise volver a oírla: papeleo y más papeleo, normas absurdas “que no me creo ni yo”, la consabida “si al final no tenemos tantos accidentes”.
La respuesta, que se puede hacer extensiva a una infinidad de personas directivas, pone en cuestión el concepto del liderazgo en seguridad, ese del que tanto hablamos los “predicadores” de la prevención, del que cada vez se escribe más y que aparece de forma reiterada en todos nuestros encuentros, jornadas y seminarios.
Un cuestionamiento que no procede de una especial desidia o insensibilidad por el tema, sino de una serie de condicionantes operativos que actúan en contra de la cultura de la prevención. Un reciente documento del IOSH recoge las percepciones de los líderes de las organizaciones sobre la cuestión. Échenle una ojeada:
- La seguridad es aburrida: la actividad preventiva es poco estimulante; una agenda orientada a que no pase nada no es especialmente atractiva, sobre todo si compite con otras agendas más dinámicas.
- La probabilidad de que ocurra un accidente es baja: la recompensa al esfuerzo preventivo es a largo plazo y sólo probable.
- Las agendas de seguridad interfieren con las prácticas de trabajo: agregan capas a procesos y crean situaciones donde es difícil elegir una opción no problemática debido, a veces, a reglas contradictorias.
- La agenda de seguridad genera conflictos: las diferentes partes interesadas tienen diferentes opiniones sobre la naturaleza del riesgo y sobre cómo eliminarlo o minimizarlo.
- Las agendas de seguridad son restrictivas: los requisitos legales y normativos limitan la creatividad, la innovación y la implantación de nuevas iniciativas.
Da que pensar. Sin duda, necesitamos el liderazgo en seguridad, pero deberíamos definir nuestras estrategias para fomentarlo teniendo en cuenta estos condicionantes. El reto, como diría Félix Sanz, es promover una “prevención sexy”.